Descubre cómo el PRP acelera la curación de lesiones sin cirugía invasiva
El plasma rico en plaquetas (PRP) se ha consolidado como una de las terapias regenerativas más utilizadas en el ámbito de la traumatología deportiva y la medicina ortopédica. Gracias a su capacidad para estimular la reparación de tejidos lesionados, el PRP se emplea con éxito en lesiones musculares, tendinosas, articulares y degenerativas. Esta técnica, basada en la biología del propio paciente, permite acelerar el proceso de recuperación y reducir la dependencia de tratamientos farmacológicos o intervenciones quirúrgicas invasivas. Su aplicación es ambulatoria, segura y mínimamente molesta, por lo que cada vez más especialistas la integran en sus protocolos terapéuticos.
¿Qué es el plasma rico en plaquetas (PRP)?
El PRP es un concentrado autólogo obtenido a partir de la sangre del propio paciente, mediante un proceso de centrifugado que separa las plaquetas y plasma del resto de los componentes sanguíneos. Estas plaquetas están cargadas con factores de crecimiento que favorecen la reparación celular, el control de la inflamación y la regeneración de tejidos blandos como tendones, músculos y cartílago. Una vez aislado, el plasma se infiltra directamente en la zona afectada. El tratamiento se adapta al tipo de lesión, al grado de daño y a las condiciones físicas del paciente. Al no utilizar sustancias externas ni fármacos, el PRP presenta un excelente perfil de seguridad y es bien tolerado.
Indicaciones del PRP en traumatología
El PRP está indicado en múltiples patologías musculoesqueléticas. Las más comunes incluyen:
- Tendinopatías crónicas: epicondilitis (codo), tendinitis rotuliana, tendón de Aquiles.
- Lesiones musculares: desgarros, roturas parciales, mialgias persistentes.
- Fascitis plantar: dolor crónico en la planta del pie.
- Artrosis de rodilla, tobillo o cadera en estadios iniciales.
- Lesiones degenerativas articulares en deportistas o pacientes activos.
En algunos casos, el PRP también se emplea como tratamiento complementario tras cirugías ortopédicas, favoreciendo la cicatrización y acortando los tiempos de recuperación.
Diagnóstico y valoración personalizada
Un tratamiento con PRP debe ir precedido de un diagnóstico clínico preciso. La historia médica del paciente, la exploración física y las pruebas de imagen (ecografía, resonancia magnética o radiografías) permiten evaluar el estado del tejido afectado y determinar la indicación más adecuada. No todos los pacientes ni todas las lesiones se benefician por igual del PRP. Su indicación debe ser individualizada y basada en la experiencia del especialista y en la literatura científica disponible.
Procedimiento de aplicación
El tratamiento con PRP se realiza en consulta y sigue los siguientes pasos:
- Extracción: se obtienen entre 20 y 60 ml de sangre del paciente, según el protocolo.
- Procesado: la sangre se centrifuga para concentrar las plaquetas en un volumen reducido de plasma.
- Infiltración: el PRP se aplica mediante inyección en la zona lesionada. Puede realizarse con guía ecográfica para mayor precisión.
La sesión dura entre 30 y 45 minutos. El paciente puede retomar su actividad diaria tras el procedimiento, aunque se recomienda evitar el ejercicio intenso durante 24–48 horas.
Resultados esperados y evolución
Los beneficios del PRP no son inmediatos. En la mayoría de los casos, los síntomas comienzan a mejorar entre la segunda y cuarta semana posterior a la primera infiltración. El efecto es progresivo y acumulativo.
Los objetivos del tratamiento son:
- Reducir el dolor y la inflamación.
- Estimular la regeneración del tejido lesionado.
- Mejorar la función articular y muscular.
- Retrasar la necesidad de cirugía o evitarla.
La mayoría de los protocolos recomiendan entre una y tres sesiones, espaciadas entre dos y cuatro semanas, aunque esto puede variar según el diagnóstico y evolución clínica.
Seguridad y efectos secundarios
Al ser un producto autólogo, el PRP presenta muy bajo riesgo de efectos adversos. En ocasiones puede aparecer molestia local leve, inflamación transitoria o sensación de presión tras la infiltración, que ceden con reposo y hielo local.
No se han descrito reacciones alérgicas ni complicaciones infecciosas si se respetan las normas de asepsia. Por este motivo, es fundamental realizar el procedimiento en un entorno médico controlado.
Los resultados comienzan a notarse entre 2 y 4 semanas tras la primera aplicación. En muchos casos, se recomiendan 2 o 3 infiltraciones espaciadas.
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